Sunday, October 14, 2012

0 Assange no tiene quien le escuche (salvo Lady Gaga)

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El domingo pasado, una mujer menuda con capa negra y sombrero del mismo color entraba hacia las siete de la tarde en la embajada de Ecuador en Londres. Venía de presentar un perfume que lleva su nombre en los almacenes Harrods, situados a escasos metros de la legación en la que Julian Assange se esconde desde hace más de cien días. La ironía es que la visitante nocturna del líder de Wikileaks, la cantante Lady Gaga, ocupaba la carátula –según se cree– del disco en el que un joven soldado gay estadounidense, Bradley Manning, habría descargado los 750.000 archivos clasificados de EE.UU. obtenidos por el grupo ciberactivista, según la acusación en su contra.

La cantante pasó cinco horas cenando y charlando con Assange
La cantante neoyorquina pasó cinco horas cenando y charlando con Assange, según el «Evening Standard», después de que su amiga, la rapera británica de origen tamil M.I.A., le animara a hacerlo. M.I.A. fue una de las personas que se concentraron el pasado 19 de agosto frente a la embajada del país suramericano para escuchar un publicitado discurso de Assange desde una de las ventanas del edificio, en el que pidió a Barack Obama que detuviera la «caza de brujas» contra la organización que creó hace seis años.
Ceviche, «Ala Oeste» y baño compartido
La reina del «freak pop», por su parte, venía de vomitar en el escenario durante su concierto ese mismo fin de semana en el Palau San Jordi de Barcelona. Y se convertía así en la visitante de mayor rango de la humilde «corte» que preside Assange en un cuarto de la legación ecuatoriana ante la que pidió asilo el pasado junio para evitar su extradición a Suecia.

El líder de Wikileaks ocupa una habitación sin luz natural en un bajo de un edificio de propiedad qatarí, en el que España tiene la sede de su Agregaduría de Defensa. Durante varias semanas, el australiano durmió en un colchón hinchable, que habría sustituido ya por uno más estable ante la perspectiva de una larga estancia. «No veo un desenlace al corto plazo», reconocía hace unas semanas William Hague, ministro de Exteriores británico, tras reunirse en Naciones Unidas en septiembre con su homólogo ecuatoriano.

Assange usa un baño compartido. Dispone de un pequeño rincón-cocina, pero suele almorzar con el personal de la embajada. Disfruta del ceviche y, en una reciente entrevista con el «Daily Mail», lucía una camisa blanca ecuatoriana con cuello «mao».

«Es un poco como vivir en una estación espacial», asegura al «Daily Mail»
«Es un poco como estar en una estación espacial», aseguraba al diario británico. «Los dos primeros meses en la embajada fueron bastante positivos, librábamos una gran patalla política y teníamos impulso (...), ahora todo eso se ha estabilizado y la estabilidad empieza a ser aburrida», reconocía.
Asegura trabajar «17 horas al día» en el pequeño cuartel general que ha instalado en el cuarto, con varios ordenadores portátiles y teléfonos móviles, desde el que coordina todavía, según dice, las actividades de su organización. Se siente cercado. «El enemigo es despiadado, es como librar una guerra de trincheras en pleno monzón», asegura en la entrevista.

Para entretenerse, mira películas en el portátil como «Los idus de Marzo». Y series como «Ala Oeste de la Casa Blanca». En la estantería, un libro sobre Guantánamo. Estudia a su enemigo, o se entretiene con él. Juró despojar a EE.UU. de sus secretos más inconfesables en su cruzada por la transparencia radical, pero ahora observa desde un cuartucho latinoamericano cómo el gigante al que combatía mira ya a otro lado, centrado en su proceso electoral.

Más de un millón en gastos policiales
Son los actores secundarios de la trama –Reino Unido, Suecia o Ecuador– quienes lidian con un tedioso contencioso que ha pasado de amenaza a la seguridad del Estado –el vicepresidente de EE.UU., Joe Biden, llegó a calificar a Assange de «terrorista high-tech»– a mero embrollo diplomático. Con un coste para el contribuyente británico de unos 13.000 euros diarios, por el operativo policial que rodea la legación.

Assange está buscado por Scotland Yard para proceder a su extradición a Suecia -donde la Fiscalía le investiga por cuatro posibles delitos de naturaleza sexual- desde que, el 14 de junio, el Tribunal Supremo rechazara reabrir el caso. En el momento en que el líder de Wikileaks se refugió en la embajada de Ecuador, el pasado 19 de junio, violaba además las condiciones de su libertad bajo fianza, obtenida gracias al aval de miles de euros presentado por una serie de amigos del australiano. El experto informático, que había pasado 560 días en arresto domiciliario en suelo inglés desde que se entregara en una comisaría londinense en diciembre de 2010, tenía prohibido abandonar el domicilio en el que se encontraba entre las 21.00 y las 07.00 horas.

En el momento álgido del contencioso, cuando el gobierno ecuatoriano decidió conceder a Assange el llamado «asilo diplomático» (una figura reconocida solo en el ámbito de la Organización de Estados Americanos, no implantada en el derecho internacional), rodeaban la embajada de Ecuador unos 50 agentes de Scotland Yard, incluidos varios de la unidad de extradiciones con órdenes de arrestar al ex «hacker» australiano si pone un dedo fuera del edificio.

En la actualidad queda un retén de cuatro agentes, incluido uno vigilando siempre la escalera de incendios para impedir una hipotética fuga en helicóptero desde el tejado. En una esquina adyacente, la policía ha instalado un centro de comunicaciones en un camión equipado para coordinar el operativo. El alcalde de Londres, Boris Johnson, ha confirmado que el coste de este despliegue fue superior a 1.100.000 euros entre el 20 de junio y el diez de septiembre.

Combate la falta de sol con vítamina D y una luz con frecuencia de cielo azul
«Es una guerra de resistencia», confesaba Assange al «Daily Mail». «Ataques contra mi personalidad, el bloqueo financiero [que cifran en un 95% de los ingresos de Wikileaks desde finales de 2010] y doce procesos judiciales en todo el mundo», explica.
El cuarto de Assange no dispone de luz natural, según quienes le han visitado. Tiene una lámpara con luz de la misma frecuencia que un cielo azul, con un temporizador que debe programar para diferenciar el día y la noche. Combate la ausencia del sol con complementos de vitamina D. Al principio, optó por una máquina de rayos uva, pero la falta de costumbre le provocó quemaduras en parte de la cara y del cuello.

Se mantiene en forma con disciplina cuartelaria, haciendo ejercicio cada día. Corre en una cinta regalada por uno de sus fans británicos, el cineasta Ken Loach. Y, cada dos días, un ex militar de las fuerzas especiales (SAS) acude para hacer de «personal trainer». Assange pulicará en noviembre un nuevo libro, «Ciberpunk: la libertad y el futuro en Internet», según "The New York Times", fruto de la entrevista televisiva que realizó con tres activistas digitales: el alemán Andy Müller-Maguhn, el estadounidense Jacob Applebaum y el francés Jérémie Zimmerman, del colectivo La Quadrature du Net.

Su anterior aventura literaria, la publicación fracasada de unas memorias convertida en el lanzamiento de una «autobiografía no autorizada», ha dejado a la editorial escocesa responsable, Canongate, con unos resultados deficitarios en 2011 debido, en gran parte, al bajo nivel de ventas del libro de Assange (comparado con unos beneficios de un millón de libras en 2010, según la BBC).

Varios amigos y fans de Assange han perdido miles de libras por avalar su fianza
Assange cuenta con el apoyo de un pequeño círculo de «celebrities» locales, entre los que destaca Vaughan Smith, periodista, millonario y fundador del Frontline Club, la periodista y escritora (y ex novia de Hugh Grant) Jemima Khan, el biólogo Sir John Sulston o la conocida agente literaria Caroline Michel. Todos ellos figuran en la lista de avalistas de Assange. Y han perdido miles de libras por ello.
Smith y Khan, junto al cineasta estadounidense Michael Moore, figuran entre financiadores de unos 250.000 euros de fianza ejecutados ya por los tribunales. Además, un magistrado comunicaba a primeros de octubre a otros nueve amigos del australiano, entre los que figuran Sulston y Michel (que aportaron 18.000 euros cada uno, según el Mail), que perderían también más de 100.000 euros debido a la violación de las condiciones de la fianza por parte de Assange.

La primera semana de octubre, varios miembros de lo que algunos diarios locales denominan como la «corte» de Assange le visitaron en su cuarto, con intención de sondear la posibilidad de pedirle su entrega a la policía para evitar el desembolso de cifras millonarias. No lo hicieron. «Salimos de allí pensando que habría sido un acto mercenario», explica Vaughan Smith al «Evening Standard». Nadie en su entorno pone en cuestión el carisma intelectual y las dotes emocionales del activista australiano. Pero su circunstancia actual le obliga a emplearlas en causas tan prosaicas como gestionar avales y fianzas. No en ser el líder de la organización que dio la puntilla, con sus revelaciones, al Ejército de EE.UU. en Irak. O que, con sus filtraciones, provocó un ensordecedor grito de denuncia para una retirada inmediata de Afganistán.

Las salidas de ambos frentes siguen el ritmo dictado por Obama y la OTAN, y el azote de rencillas sectarias e insurgentes. Y la vida en el londinense barrio de Knightsbridge ya solo se agita cuando Lady Gaga presenta un perfume en Harrods. A escasos metros de la embajada de un pequeño país latinoamericano.
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