Friday, June 29, 2012

0 Fútbol, pasión, identidad, violencia.

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Fútbol, Pasión, Identidad, Violencia.


Construyendo la masculinidad: fútbol, violencia e identidad

Antonio Martín Cabello (antonio.martin@urj.es) y
Almudena García Manso
Universidad Rey Juan Carlos












Resumen: Este artículo pretende explorar los vínculos entre la violencia en el deporte y la construcciónde la masculinidad.


En primer lugar, el artículo describe las principales líneas teóricas en el estudio sociológico del deporte y la violencia. En segundo, se bosqueja un perfil del aficionado violento medio y de sus principales características. Y, finalmente, se explora la relación entre la masculinidad y la violencia en el fútbol usando las herramientas analíticas del paradigma feminista, para considerar como la violencia en el deporte ayuda a construir la identidad masculina. El artículo finaliza enfatizando los vínculos entre la violencia, el deporte y la reducción de las estructuras patriarcales. Palabras clave: Cultura, Género, Identidad, Sociología del Deporte, Violencia.








1. Introducción


Fútbol y violencia son dos términos que se asociación habitualmente, tanto en los medios de comunicación como en la vida cotidiana. No es tan habitual, sin embargo, asociar el fútbol, tanto su práctica o su disfrute como espectador, con la masculinidad y la construcción de las identidades de género. Sin embargo, el deporte con su enorme potencial socializador está profundamente relacionado con la construcción de las identidades personales y con cómo estas se ligan con la estructura cultural del entorno en que se socializan los individuos. La sociología del deporte, tras un primer momento de relativo olvido, ha tenido una gran expansión, como no podía ser menos teniendo en cuenta que es un fenómeno que mueve a millones de personas en todo el planeta (Dunning, 1971; García Ferrando y Lagardera Otero, 2009).





El fútbol, uno de los deportes más populares a nivel mundial, también ha sido objeto de estudio por parte de la sociología (Finn y Giulianiotti, 1999; Giulianiotti, 1999; o Mafud, 1967) o, más genéricamente, de las ciencias sociales (Alabarces, 2000; o López Herrerías, 1977). En este caso, nos interesa en concreto un aspecto del fenómeno futbolístico: la violencia que practican algunos de los seguidores o practicantes de este deporte, bien de los denominados hooligans (Armstrong, 1998; Williams, Dunning y Murphy, 1988 y 1989) o de simples aficionados que, en momentos puntuales, pueden ejercer la violencia en relación a este deporte.



Y nos interesa especialmente porque el deporte es un mecanismo socializador de primer orden, que se practica especialmente y de un modo más generalizado durante la infancia y la juventud –aunque, obviamente, después se pueda mantener su práctica o pueda seguirse como aficionado a lo largo de toda la vida–, y que, por tanto, tiene un peso decisivo en la configuración de las identidades de género.




El artículo en primer lugar describe las principales líneas teóricas en el estudio sociológico del deporte y la violencia. Aquí se hará especial referencia a las tres grandes tendencias que han delimitado esta área de investigación: la Escuela de Birmingham, la Escuela de Oxford y la Escuela de Leicester. Cada una presenta matices diferenciales, pero todas muestran un interés común por explicar los orígenes y el desarrollo de la violencia asociada al deporte. Se recogen también algunas aportaciones tardías, que tratan de describir el fenómeno utilizando estrategias con un carácter más cuantitativo y analítico.



Más tarde, se bosqueja un perfil del aficionado violento medio y de sus principales características. Y, finalmente, se explora la relación entre la masculinidad y la violencia en el fútbol usando las herramientas analíticas del paradigma feminista, para considerar como la violencia en el deporte ayuda a construir la identidad masculina.

Se describen los arquetipos de la masculinidad hegemónica y como estos encuentran acomodo en determinadas áreas de la vida social, en especial en el mundo del fútbol. El artículo finaliza enfatizando los vínculos entre la violencia, el deporte y la reducción de las estructuras patriarcales.








2. Teorías sociológicas sobre la violencia en el deporte


La violencia en el deporte, con especial referencia al fútbol como "deporte rey",ha sufrido diferentes interpretaciones sociológicas. Estas se han desarrollado sobre todo a partir de los años cincuenta del siglo pasado, ya que a partir de ese momento el fenómeno adquirió relevancia específica. Con esto último, obviamente, no se pretende afirmar que el fútbol y otros "deportes de combate" no generaran violencia antes de esa fecha, pero sí que esa violencia no revestía la etiqueta de "problema" que se le ha conferido posteriormente. La construcción de la imagen del hooligan, como veremos más adelante, está fundamentada en una interpretación de la conducta considerada socialmente aceptable en los espectáculos públicos y, en buena medida, en la reconfiguración de la identidad masculina durante ese periodo.







En este punto, y antes de proseguir, consideramos que no debemos entrar a valorar el relativo olvido del deporte dentro de la corriente sociológica principal, como recuerdan Elias y Dunning (1992); aunque es necesario tenerlo en cuenta para comprender la tardía aparición de teorías explicativas sobre el fenómeno dentro de la sociología.
No obstante lo anterior, la sociología ha desarrollado un corpus teórico que ya arroja cierta luz sobre el fenómeno y nos permite comprenderlo y valorarlo más allá de las interpretaciones basadas en descripciones unifactoriales o, simplemente, en interpretaciones de sentido común. Ian Taylor (en Dunning, 1971; y en Cohen, 1971) realizó un estudio temprano sobre la violencia en el fútbol, en el que mantenía que esta es reflejo de la resistencia de los aficionados tradicionales a la modernización y a los cambios en el sistema capitalista.


La violencia era muestra de la oposición que los aficionados ejercían ante los cambios que la mercantilización estaba impulsando en el mundo del deporte. Aunque Taylor no pertenecía a la Escuela de Birmingham, el análisis que realizó es la base de los estudios de esta última sobre la violencia y el fútbol. La Escuela de Birmingham es pionera en la investigación de la relación del deporte con la cultura popular, en especial con el fútbol. El fenómeno de la violencia ha sido interpretado como parte constitutiva de la cultura de la clase obrera británica y, como tal, ha sido objeto de estudio la violencia en el fútbol, una de sus expresiones.







Chas Critcher analizó el fútbol como expresión de la cultura popular, en concreto de la cultura de la clase obrera británica. Mantenía que los valores tradicionalmente encarnados por el fútbol coincidían con los de la clase obrera hasta la Segunda Guerra Mundial. "Los valores centrales del juego como deporte profesional –masculinidad, agresión, énfasis físico, victoria e identidad regional–, están engranados firmemente con su relativamente homogénea (y dominada por hombres) cultura de clase obrera con su red de organizaciones a pequeña escala y mecanismo de apoyo: clubes de hombres trabajadores, esquemas de aseguramiento mutuo, cooperativas, pubs, sindicatos, y una miríada de grupos de tiempo libre" (n.d.: 1). Posteriormente, John Clarke (1973) investigó la relación de la subcultura obrera, de la que el fútbol es parte, con los skinheads, la subcultura juvenil más relacionada con la violencia en el fútbol. Coincide con Critcher al señalar que hasta la Segunda Guerra Mundial, los valores centrales del fútbol coincidían con los valores de la clase obrera.


Estos valores concordantes era básicamente: a) la emoción, ya que el fútbol produce la excitación y emoción que la rutinización de la vida diaria ha negado a los trabajadores industriales; b) la habilidad física, ya que el fútbol está basado básicamente en la habilidad, destreza y fuerza física al tratarse de un conflicto físico, lo que enlaza con los valores de masculinidad y virilidad de la clase obrera que, por otro lado, no ve la violencia como algo problemático, aunque existan límites para la violencia considerada "normal"; c) la identidad local, fundamentada en la comunidad y la asistencia mutua, era importante para la clase obrera y el equipo de fútbol estaba localizado en un terreno local, siendo la estrella del equipo habitualmente un joven de su misma clase e identificado con la misma; y d) la victoria, ya que la vida de los obreros era una vida de dominación y de ordenes por parte de "ellos", de los jefes, siendo el fútbol un modo de ganar en el que no cuenta la clase social, sino la fuerza y habilidad física.



En este último sentido, la frase de la clase media: "es sólo un juego", no tiene valor para la clase obrera, que ve en el fútbol una vía de escape de su rutinaria vida diaria. Pero los cambios en los años de posguerra, a saber, la profesionalización, internacionalizacióny comercialización del fútbol provocaron que el deporte se abriera a clases más amplias, preferentemente a la clase media.


Se produjo así un cambio el tipo de espectador que asistía al partido de fútbol. "El aficionado genuino ya no era más el trabajador tradicional, que ve como en el partido del sábado está unida su fortuna intrincadamente con la de su equipo y que participa activamente en el juego; en su lugar apareció el consumidor racional y selectivo de entretenimiento, que juzga objetivamente el fútbol desde su asiento en las gradas" (Clarke, 1973: 6). Se estableció así una dicotomía entre el fan, de clase obrera, y el espectador, de clase media.








Los fenómenos de violencia y hooliganismo deben ser vistos desde esta dicotomía y desde la situación de clase de los actores implicados. Así, la subcutura skinhead forma parte de esta relación conflictiva de clases, que muestra su mayor virulencia en los terrenos de juego. El hooligan es un problema a partir de los años sesenta, porque antes su comportamiento era considerado aceptable al ser un deporte de y para la clase obrera. La conducta normal se transformó en conducta desviada cuando se incorpora la clase media al mundo del fútbol, estereotipándose al fan de clase obrera como un hooligan.


El movimiento skinhead surgió de estos cambios en la estructura de la clase obrera, como una reacción defensiva, y se constituyó en una defensa de la cultura tradicional de la clase obrera, si bien en forma de una "recreación estilizada de la imagen de la clase obrera" (1973: 13). En este sentido, los skinhead se concentraron en el lugar de reunión tradicional el sábado de la clase obrera: el estadio. En definitiva, "el hooliganismo del fútbol debe, por tanto, ser visto no sólo como un intento de defender el fútbol para la clase , sino como un reflejo micro-cósmico de un intento de defender la cultura contra la usurpación de la burguesía" (1973: 13).


Posteriormente, el movimiento skinhead se auto-regeneró mediante la interacción con otros grupos skinhead, en áreas comunes, y a través de su imagen en los medios de comunicación, lo que reforzó el estereotipo tanto entre ellos mismos como entre la población en general. En la Universidad de Oxford, otro grupo de investigadores se centro en el análisis de los grupos violentos en el fútbol. Peter Marsh, Elizabeth Rosser y Rom Harre en su obra The Rules of Disorder (1978), realizaban una investigación sobre los hinchas violentos que partía de posiciones diferentes a las de la Escuela de Birmingham. Para ellos, si bien la violencia es un hecho cierto, no deja de estar organizada estructuralmente. Se atiene a normas que cumplen sus practicantes, los hooligans, y que suelen chocar con las normas de la cultura dominante. Así, el papel de la violencia es muy diferente: un valor positivo muestra de virilidad y valentía para los aficionados violentos, un valor negativo muestra de los más bajos instintos para la cultura dominante.






Además, este estudio concluye que buena parte de esta violencia visible en los estadios posee un carácter más simbólico que real, en forma de cánticos, insultos, "contar batallitas" dentro del grupo, etc. La violencia en los estadios de fútbol es contemplada como una forma ritualizada, una forma de reconducir los instintos violentos presentes en esos individuos dentro de los cauces formales que marca la vida social. La violencia es contenidamediante el impulso eficaz de las relaciones sociales codificadas.







3. Perfil del aficionado radical o violento en el fútbol


Es posible construir a partir de las investigaciones citadas, de un modo muy sintético, una imagen arquetípica del aficionado violento o hooligan. En primer lugar, los estudios muestran que la violencia en el fútbol es practicada, sobre todo, por varones, jóvenes y de clase baja. Todos los autores coinciden al señalar que la violencia
es ejercida mayoritariamente por jóvenes de clase obrera depauperada (working class, lower working class o rude working class). En segundo lugar, los estudios muestran que estos jóvenes buscan la violencia como un "fin en sí mismo", dando al juego una importancia secundaria. El fútbol es más un contexto para la violencia que la causa
de la misma. Finalmente, el fútbol es un reducto del "machismo" más clásico, siendo una fortaleza de la masculinidad entendida bajo la denigración de la homosexualidad o la sumisión de la mujer.


También es necesario resaltar la naturaleza social y, por tanto, organizada del fenómeno, hecho del que existe una amplia evidencia empírica. Por un lado, la violencia tiene un carácter marcadamente ritual, ya que toda acción humana –incluso la más reprobable–, está encarnada simbólicamente. La vestimenta, el uso del espacio,
los cánticos, etc., son parte de un elaborado ritual "de batalla", que presenta similitudes notables con los ritos guerreros, tanto en los pueblos preindustriales como en los ejércitos actuales. Y, por otro lado, esta violencia está organizada socialmente, puesto que dentro de los grupos violentos existe una organización social compleja, una distribución de roles y una jerarquía que se refleja en la distribución espacial del grupo, en la constitución
de organizaciones formales (muchas veces, aunque de un modo soterrado, apoyadas por los propios clubes de fútbol), en el uso de medios de comunicación complejos (revistas, panfletos, Internet, etc.) o en la organización de las marchas y viajes. Por último, no deben soslayarse las conexiones de estos grupos con la estructura
general del mundo futbolístico: con los clubes, con la policía con la que se mantiene fuertes vínculos estructurales o con los múltiples negocios que rodean este deporte.












4. La aparición de los men´s studies



El movimiento feminista desde la década de los años 70 del pasado siglo comenzó a elaborar una serie de estudios sobre las mujeres –women's studies– que fueron el pilar básico en la conformación y empeño intelectual del feminismo y los estudios de género actuales. Posteriormente, y vista la satisfacción y necesidad académica de este tipo de estudios, surgen en el ámbito académico norteamericano y después en el europeo los men's studies, estudios sobre la masculinidad (Weeks, 2002). Estos estudios centrados en la masculinidad, y su condición como construcción socio-cultural y de poder, pretenden comprender a la masculinidad desde una perspectiva académica; sin perder por ello el compromiso político antisexista (Segal, 1990) y el deseo de romper con el paradigma universal de la masculinidad única. Esta disolución del universal masculino, junto con la lucha política antisexista y la pretensión de demostrar, desde el ámbito académico, la maquinaria socio-cultural que construye a las identidades y subjetividades de género, nos permite observar ciertos paralelismos con los women's studies.







Las primeras conceptualizaciones sobre género datan de la década de los años 50 del siglo XX. Fueron realizadas desde la psiquiatría y el psicoanálisis de la mano de Money y Stoller, los cuales efectuaron distinciones entre los conceptos de sexo y de género, considerando a este último como lo derivado de los comportamientos esperados de una persona en función de su sexo biológico. Posteriormente y dejando a un lado el determinismo biológico anterior –donde género, sexo, sexualidad y cuerpo formaban parte de una insondable correlación y construían una identidad femenina y masculina producto únicamente de esa correlación –, a principios de la década de los 80, en una sociedad plenamente industrializada, capitalizada, consumista e inmersa en el mundo de las comunicaciones, se producen nuevos avances en lo referente a las conceptualizaciones sobre la construcción de lo femenino y lo masculino.


Es en este momento cuando se comienza a introducir los primeros estudios sobre masculinidad. Surgen de forma general desde las ciencias humanas y sociales con los estudios de género que intentan teorizar cómo se estructura la construcción cultural de la diferencia sexual. En este sentido, el género "pasa a ser una forma de denotar las construcciones culturales, la creación totalmente social de ideas sobre los roles apropiados para mujeres y hombres. Es una forma de referirse a los orígenes exclusivamente sociales de las identidades subjetivas de hombres y mujeres. Género es, según esta teoría, una categoría social impuesta sobre un cuerpo sexuado" (Scotten Amelang, 1990: 92).


El género como construcción cultural es flexible y cambia a la par que lo hace la sociedad o el momento histórico que acoge al individuo "generizado". Es un componente clave para el establecimiento de las relaciones sociales y las estructuras de poder social. "El género es un elemento constitutivo de las relaciones sociales fundadas
sobre las diferencias percibidas entre los sexos; y el género es un primer modo de dar significado a las relaciones de poder (…) implica cuatro elementos: los símbolos culturalmente disponibles que evocan representaciones simbólicas, los conceptos normativos que pone en evidencia las interpretaciones de los símbolos (…), la construcción a través del parentesco, la economía y la organización política, la construcción de la identidad subjetiva. El género es un primer campo, a través del cual, en el seno del cual, o por medio del cual, el poder es articulado" (Scott en Amelang, 1990: 94).








5. La masculinidad hegemónica y los arquetipos tradicionales


La masculinidad como tema de análisis en los estudios de género expone y aportaa la teoría de género los siguientes aspectos indicados por Connell (1995): la existencia de múltiples construcciones del género dependientes de las diversas culturas y momentos históricos. Por ello, existen multitud de formas de manifestación de la masculinidad incluidas en cada una de esas culturas. En cada una de ellas existe un ordenamiento jurídico de las masculinidades, con un modelo hegemónico que vehicula el poder de género. Este poder puede o no cristalizarse en la forma de masculinidad más frecuente de esa sociedad. Las diferentes formas de masculinidad, y sus representaciones, son generadas y mantenidas por los grupos sociales, las instituciones y los individuos de una colectividad o sociedad determinada. Las masculinidades han sido construidas por una sociedad determinada, son producto de la interacción social y éstas, las masculinidades, son fundadas a partir de las estrategias y recursos disponibles.


Los diferentes tipos de masculinidad no derivan de situaciones o estados homogéneos e inalterables, sino que proceden de la contradicción provocando tensiones entre los deseos de los sujetos y las prácticas. Debido a que las masculinidades devienen de procesos históricos, y por ello susceptibles al cambio y la fluctuación, éstas pueden ser reconstruidas por otros procesos de género e interacciones sociales.






A su vez se pretende describir cómo las estructuras del orden de género conforman una serie de masculinidades, masculinidades referidas a unos roles, arquetipos, estereotipos y poderes sociales determinados, concebidos en oposición con la feminidad; aunque esa oposición no siempre sea tal, sino que se complementan o se intercambian en función de la sociedad y cultura en cuestión. Esta no homogeneidad en lo referente a la cristalización de las masculinidades y la confección de una masculinidad hegemónica responde a las desestabilizaciones que acontecen en las relaciones del sistema sexo-género en cada una de las sociedades y en concreto en la actualidad.


En este sentido, se ha de mencionar que siempre se ha hecho una clara referencia a la existencia de un patrón más o menos universal de la masculinidad –así como de la feminidad–, patrón que responde a los procesos de socialización y educación de los sujetos sociales, es decir, del cómo la sociedad ha enseñado a los sujetos varones a ser verdaderos hombres (Ramírez, 2002: 43). Volviendo a la universalidad de lo masculino y a su construcción como procesos de relación entre estructuras sociales, prácticas y experiencias adquiridas por los individuos a lo largo de su existencia, Connell (2003: 113) distingue tres esferas de poder íntimamente relacionadas con la masculinidad: prácticas productivas que se corresponden a la división sexual del trabajo, prácticas de poder ligadas a las acciones y ejercicios que hacen posible la subordinación de las mujeres y la adquisición de una posición de dominio por parte de los varones, y catexis o cathesis que se corresponden a las prácticas sociales que incluye toda acción relacionada con los vínculos emotivos y el deseo sexual socialmente
estructurado.







Pero al igual que sucedió en los estudios sobre la mujer –donde la identidad femenina y el ser mujer no corresponde a una identidad homogénea, sino que es múltiple, variada y cambiante–, la identidad masculina corresponde a un plural no homogéneo de identidades masculinas. A esos componentes homogéneos o esferas de poder y acción –diferenciadas por Connell (1995 y 2003)– se les incorporan otros elementos fundamentales de las relaciones sociales, designados por Seffner (2006), como son la clase social, la raza, la etnia, el género, la religión, la nacionalidad, el lugar de residencia y la generación entre otros. Aún sabiendo que existen mucha singularidades y significados en torno a las masculinidades, los sujetos varones –en la mayor parte de las culturas de corte patriarcal y en occidente– han sido socializados con rasgos comunes que han constituido ideales, referentes o rasgos y características deseables representadas por las masculinidades hegemónicas (Rodríguez, 2003).







6. El fútbol, escenario de identidad masculina o cómo el guerrero, el mago, el rey y el amante saltan al campo



El fútbol ha sido considerado como una "cosa de hombres" (Llopis-Going, 2010), un escenario social varonil, de poder y violencia masculina, donde saltan al campo los rasgos más característicos de los arquetipos clásicos de la masculinidad hegemónica.


Este escenario de socialización y educación donde los varones que participan –futbolistas, entrenadores, espectadores, aficionados y medios de comunicación–, comparten una experiencia común que les permite afianzar su identidad masculina o conformar nuevas identidades.


El deporte posee un papel de vital importancia en la construcción de la identidad de género masculina desde la Revolución Industrial. En el proceso de modernización y en la nueva división sexual del trabajo, donde la mujer se incorpora a las tareas retributivas-productivas, a la vida política y social, a la actividad bélica –como sujeto y no como objeto o víctima– saltando a la esfera pública y adquiriendo capacidad de decisión y de poder, se ve cómo la identidad hegemónica masculina tradicional –descrita en las esferas de poder de Connell (1995 y 2003), los arquetipos divinos de Jung (2003) y los arquetipos clásicos de Moore y Gillete (1993)– va perdiendo la preeminencia propia del sistema patriarcal. Este deterioro condujo a gran parte de los varones a la necesidad de confeccionar espacios en los que descubrir y construir la masculinidad.


El deporte se erige como uno de esos escenarios construidos con ese propósito: el de devolver a la masculinidad un espacio de hegemonía. La práctica deportiva posibilita qué aspectos propios de la masculinidad hegemónica –el culto al cuerpo, el ejercicio de poder y acción en la esfera pública, la constitución de grupos de pares
donde exista unas normas, rituales, leyes y sentimiento de identidad grupal, la acción violenta y la posibilidad de la victoria, la lucha, las estrategias, las normas de equipo, el trabajo individual y el colectivo, el liderazgo, la transmisión de cultura y valores sociales, la rivalidad, la hegemonía y la superación, la comparación con el "otro", la virilidad y la sexualidad heterosexual, el deseo, entre otros–, salten a la escena del fútbol, a su práctica, a su seguimiento y a su concepción mediática.





Los ídolos y héroes siempre han existido, figuras que permitían guiar o influir en los comportamientos, actitudes y formas o estilos de vida de los demás, varones hazañosos, heroicos guerreros, viriles, fuertes, violentos, dominantes y, sobre todo, varones. Siguiendo con el ejemplo de la socialización de los niños españoles –y por extensión de los niños europeos y latinoamericanos–, y su fuerte conexión con el mundo del fútbol, el héroe o ídolo se traslada a la figura del futbolista, el cual se convertirá en esa persona a seguir, a fijar como posible ejemplo de futuro. Este ejercicio de exaltación e idolatría hacia la figura de un futbolista no sólo es cosa de niños, los cuales poseen todos aquellos objetos comerciales que hacen honor a su ídolo; sino que se extiende a los adultos y jóvenes, los cuales toman como ejemplo de vida adulta la vida del futbolista. El fenómeno social despertado por David Beckham o, actualmente, por Cristiano Ronaldo son ejemplos más que tangibles de la influencia de la vida y hazañas de los ídolos futbolísticos en las vidas anónimas de los seguidores.





Tal y como se menciona más arriba, el ejercicio de la violencia es un acto ritual y de carácter simbólico. El fútbol, al ser un fenómeno que rompe con lo cotidiano social, se convierte en un ritual, cuenta con unos procesos simbólicos y significativos que permiten que los partícipes del evento dosifiquen sus actos en función del sentido que tenga lo acontecido en ese momento. La celebración del gol, el abuchear a un futbolista improductivo o del equipo contrario, el abuchear y enfrentarse a la autoridad arbitral, como ejercicio por ende propio del choque entre autoridades y rivalidad masculina, muy caracterizada en los arquetipos tradicionales, entre otros actos que no cuentan con la violencia física pero sí con la simbólica. La confrontación entre los seguidores y la autoridad tiene unos matices claros del deseo de supremacía, autoridad, hegemonía y poder sobre el otro.






El llevar la razón en un arbitraje erróneo y la posibilidad de desfogue verbal hacia el árbitro o el ritual del cacheo policial a las puertas de los estadios de fútbol en busca de objetos prohibidos forman parte de ese deseo de superioridad y sublevación hacia la autoridad.










Conclusiones


Este artículo ha tratado de explorar las relaciones estructurales entre el deporte, en general, y el fútbol, en concreto, con la violencia. En especial las explicaciones sociológicas acerca del comportamiento de los hinchas violentos, que resultan ser mayoritariamente varones jóvenes de clases bajas.

Existe, pues, un fuerte vínculo entre la masculinidad, la violencia y el fútbol, que se ha tratado de explorar utilizando los estudios sobre masculinidades. Para ello se ha utilizado el concepto de masculinidad hegemónica, que no obstante no es un hecho universal sino concreto e histórico, y se han usado los arquetipos de Moore y Gillette del guerrero, el mago, el rey y el amante para describir la masculinidad hegemónica predominante en occidente y en buena parte de las sociedades patriarcales.


Los vínculos entre la construcción de la identidad masculina, la violencia y el llamado "deporte rey" son amplios y profundos.
Es necesario señalar que entre aficionados, seguidores, hinchas, jugadores de fútbol, entrenadores y espectadores nos encontramos con que el Mago, el Guerrero, el Amante y el Rey han bajado al césped del campo de fútbol. La masculinidad hegemónica ha encontrado un espacio de existencia y reconstrucción, eso sí sujeto a cambios. Tal y como hemos reiterado anteriormente, la construcción de la identidad de género se encuentra en un continuo proceso de transformación y cambio a la par del momento socio-histórico en el que tiene lugar. Ya en 1977 Andrew Tolson advertía que la identidad masculina se veía influida no solo por los arquetipos patriarcales, sino que la clase social, entre otras influencias, era un importante elemento de configuración.
La clase obrera, en el Reino Unido, junto a la clase media eran fuertemente patriarcales, si bien dentro de esta última detectaba una fracción que denominó "clase media progresista" en la cual los principios e imágenes del patriarcado eran puestos en duda en un mayor grado.





No podemos afirmar, en consecuencia, la existencia de una masculinidad monolítica, universal y enteramente inmutable. Ni siquiera podemos definir hoy en día una masculinidad hegemónica pura, pero sí podemos observar que aún existen espacios donde los rasgos propios y característicos que definen esa masculinidad y los arquetipos que de ella prenden tienen lugar en el fútbol como fenómeno social, cultural, político, económico e identitario. Si existen grupos, clases o fracciones de clases que están intentando romper esta forma de definir la masculinidad en el mundo del fútbol, es un fenómeno que está por ver. Lo que si es claro es que la cultura futbolística mantiene fuertes vínculos con las ideologías de la masculinidad más clásicas.





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