Friday, August 10, 2012

0 Grandes errores de la humanidad

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Colón murió sin saber que había descubierto América


Una suave brisa hinchaba las velas de los pequeños barcos de madera, y los impulsaba suavemente fuera del bullicioso puerto de Palos, al sur de la costa española. Era el viernes 3 de agosto de 1492. Algo más que una pequeña aprensión reinaba entre los 87 hombres embarcados.

Este era un viaje nunca hecho, hacia más allá del mundo conocido. Por delante se extendía el océano Atlántico, potente y misterioso. Pero para un hombre que, a bordo de la Santa María —una carabela de 70 pies de largo—, observaba cómo se iba alejando poco a poco la costa, la idea de navegar hacia lo desconocido no lo aterraba. El capitán Cristóbal Colón —nacido Cristoforo Columbo, hacia 1445, hijo de un sastre genovés— era un marino altivo, terco y ambicioso, que soñaba con abrir una nueva ruta desde España hacia las ricas islas de las especies, en las Indias Orientales.


Durante muchos años, mientras navegaba alrededor de España y Portugal, y por la costa africana hasta Cananas, había estado planeando cruzar el Atlántico Colón estaba convencido de que la Tierra era redonda, una teoría impopular en esa época, pero que estaba ya adquiriendo adeptos. Creía que la costa este de Asia y las tierras ricas en oro del Oriente estaban al oeste de Europa, a una distancia fácilmente navegable. Ahora, por fin, estaba cumpliendo su propósito, bajo el patrocinio de los reyes de España, Fernando e Isabel. Su primer intento se había frustrado ocho años antes, ante la negativa de! rey de Portugal, Juan II. Quizá estaba a punto de cometer el mayor disparate de que es capaz un explorador, pero cometiéndolo iba a lograr el mayor de los descubrimientos. Colón dirigió sus barcos hacia San Sebastián, en Canarias; luego el 6 de septiembre, impaciente por no perder los vientos constantes del este, viró su pequeña flota hacia el oeste, hacia el Atlántico abierto. Pero a mitad del mes, todavía sin tierra a la vista, sus hombres comenzaron a asustarse.

Temían no poder regresar jamás a España. El propio Colón, seguramente, habrá empezado a dudar de su cálculo de la distancia de las Indias. El 19 de septiembre comenzó a llevar un cuaderno de bitácora falso, con el cual trataba, mediante la subestimación de las millas navegadas, de apaciguar los temores de la tripulación. La Santa María, junto con sus buques de escolta —La Pinta y La Niña— superó los peligros del mar de los Sargazos, a veces agitado por las mareas altas, otras en calma durante largos días. Obsesionado por lograr el éxito de su empresa, y calculando las recompensas que acumularía debido a la gratitud del rey y de la reina, Colón se aferró a cualquier evidencia que mostrara que estaban cerca de tierra. Las esperanzas tan pronto crecían como se desvanecían.

Entonces, a las dos de la mañana del 2 de octubre, exactamente 37 días después de haber abandonado Canarias, un marinero a bordo de La Pinta lanzó el grito: «Tierral". Ese mismo día, más tarde, la pequeña flota llegó a una isla, a la que Colón denominó San Salvador. Colón escribió ese día en su cuaderno de bitácora: «Enseguida vimos allí nativos desnudos... Apareció ante nuestros ojos un paisaje con verdes árboles exuberantes, muchos ríos y árboles frutales de varios tipos». Al día siguiente, escribió: «Vi que algunos de los hombres se habían hecho un agujero en la nariz y habían puesto una pieza de oro a través de él... Por algunos indicios, pudimos entender que debíamos ir hacia el sur para encontrarnos con un rey que tenía grandes navíos de oro».

El 17 de octubre anotó: «En todos estos días que he estado en las Indias, siempre ha llovido, más o menos...». Aún creía firmemente que había recalado en las costas orientales de Asia. Colón emprendió la exploración y navegó entre las islas del Caribe hacia el norte de la costa cubana y La Española. Quedó muy impresionado por lo que había visto y el 28 de octubre, mientras estaba a la altura de la costa cubana, escribió en su diario: «Me atrevo a suponer que los poderosos barcos del Gran Khan vienen hasta aquí, y que de aquí al continente hay un viaje de sólo diez días». Después de ocho meses en el mar, Colón volvió triunfante a España, donde fue nombrado «Almirante de la mar océano y gobernador de las islas recientemente descubiertas en las Indias». Hizo cuatro viajes de exploración a América Central en los siguientes diez años, y sólo al final de ellos comenzó a dudar sobre si realmente había encontrado la costa oriental de Asia.

Durante su tercer viaje al Nuevo Mundo, en 1498, comenzó a reflexionar sobre la posibilidad de que hubiera encontrado un nuevo continente. Un rumbo más austral a través del Atlántico lo había conducido a la isla de Trinidad y, mientras exploraba el cercano golfo de Paria, llegó hasta el sitio donde el poderoso río Orinoco desemboca en el mar. El 14 de agosto de 1498, escribió en su diario: «Creo que éste es un continente enorme que hasta ahora ha permanecido ignorado». En los años siguientes, un aventurero italiano, Américo Vespucio, junto a otras personas, habría de confirmar sus sospechas. Vespucio exploró gran parte de la costa brasileña, y el relato de sus descubrimientos le valió el honor de que se concediera su nombre al nuevo y enorme continente. Pero en 1502, cuando Colón partió en su cuarto viaje, creía aún que las islas que había descubierto estaban a la altura de la costa oriental de Asia.

Pensaba que el camino hacia Asia debía estar entre las islas y el nuevo gran territorio que se extendía al sur. Por lo. tanto, partió con el propósito de encontrar ese paso. Y por segunda vez tropezó con América, sin reconocerla realmente. Durante nueve meses, soportando el mal tiempo, exploró a lo largo de las costas de Honduras, Costa Rica y Panamá. Luego, en mayo de 1503, con sus barcos azotados por las tormentas, carcomidos y en peligro de naufragar, se dirigió al norte en un intento desesperado de llegar al nuevo asentamiento español de Santo Domingo, en la isla La Española.

Fracasó, y debió pasar doce meses como náufrago en Jamaica, antes de ser rescatado con su tripulación y reintegrado a España. Colón murió el 20 de mayo de 1506. Nunca habría de saber que la tierra que había descubierto era, en realidad, el vasto continente americano.

El hombre que nunca existió


El cadáver sobre la playa de Huelva no significaba mucho para el pescador español que lo había cogido del mar con la red. Después de todo, corría el mes de abril de 1943, y la segunda guerra Mundial había aportado un flujo continuo de cadáveres como consecuencia de accidentes aéreos y buques hundidos en el Atlántico.


Pero este cadáver era diferente, porque pertenecía al hombre que nunca existió. Muchos soldados aliados viven aún hoy gracias a la manera en que engañó a los alemanes.

Los aliados acababan de expulsar a los nazis del norte de África y, según las palabras de Winston Churchill, «nadie sino un condenado imbécil» debía saber que Sicilia seria el objetivo para la invasión aliada. De una forma u otra, los aliados tenían que engañar a Hitler, induciéndole a pensar de otra manera. La solución, ideada por el departamento confidencial del ministerio de marina, era brillante: había que hacer llegar a los nazis documentos que nunca esperaran obtener, y de una manera que jamás pudiera hacerles sospechar en una conspiración... Un correo diplomático volaría al norte de África con instrucciones escritas para los vencedores jefes aliados.

Su avión se estrellaría, y él y los documentos aparecerían, arrastrados por el mar, en las costas españolas. A pesar de que el gobierno de Franco era nominalmente neutral, tenía una fuerte simpatía por los alemanes, y había suficientes agentes nazis en el país como para que los aliados confiaran en que cualquier documento británico llegaría rápidamente a Berlín. Era innecesario preparar un verdadero accidente aéreo. De todas formas, los aviones perdidos en el mar con frecuencia no dejan restos superficiales. En lugar de eso, el cadáver seria dejado en el mar por un submarino, a las afueras de la costa española. Obtener los documentos falsos era fácil. Primero, el general sir Archibald Nye, vicejefe del estado mayor general, escribió al general Alexander, comandante del 8vo. Ejército, «revelando» los planes para asaltar el cabo Araxos, en Grecia.

Luego, el almirante, lord Louís Mountbatten, escribió al general Eisenhower, comandante supremo del norte de África, y a sir Andrew Cunningham, almirante de la flota, haciendo bromas acerca de las sardinas, para hacer pensar a los nazis en Cerdeña; en su «carta», Mountbatten también presentaba al correo diplomático como un Pero el verdadero problema era encontrar un correo diplomático muerto y hacerlo parecer plausible para los alemanes. Se decidió que el hombre debería tener unos treinta años y debería parecer que realmente había sido víctima de un accidente aéreo en el mar. Finalmente se encontró el cadáver de un hombre de la edad correcta y que había muerto de neumonía por exposición al frío.

Sus padres aceptaron permitir que se usara a su hijo con la condición de que recibiera un entierro apropiado y que nunca se revelara su identidad. Así, el equipo del ministerio de marina emprendió la tarea de crear una nueva identidad para su hombre. Lo convirtieron en un marino y lo nombraron capitán (mayor suplente William Martin, porque había varios Martin en la infantería de marina. Lo inscribieron como nacido en Cardiff en 1907 y le asignaron la cartilla de identidad Nro. 148228. Para explicar el porqué la cartilla parecía tan nueva, le agregaron una línea manuscrita que versaba: provista en lugar del n0 09650, perdida. Entonces, agregaron algunos matices al personaje que habían creado.

Los acorazados submarinos


Durante la primera guerra Mundial Gran Bretaña decidió construir un nuevo y gigantesco tipo de submarino. Un tipo de acorazado submarino que daría a los aliados el control no sólo de las profundidades de los mares, sino también de su superficie. Los nuevos submarinos fueron bautizados barcos-K.

Las dos primeras flotillas de barcos-K estuvieron listas para entrar en acción hacia fines de 1917. Pero cuando fueron puestos a prueba, estos monstruos de las profundidades marinas, de 100 metros de largo e impulsados a vapor, demostraron ser inmaniobrables en la superficie, lentos y pesados al sumergirse y, una vez bajo el agua, muy difíciles de ser sacados nuevamente a la superficie.

Su lamentable record ha sido éste: Durante su primera prueba de inmersión, se produjo un incendio a bordo del K-2; de manera inexplicable, el K-3 se hundió hasta el fondo del mar, también durante su primera prueba. Llevaba a bordo al príncipe de Gales, que más tarde seria Jorge VI. Finalmente, el barco consiguió emerger y su ilustre pasajero fue rescatado. Más tarde, durante el entrenamiento, el K-3 fue atacado y hundido por el 14-6; el 14-4 encalló; el K-5 se hundió y toda su tripulación murió.

El K-6 se atascó en el fondo del mar. El K-7 embistió al K-17 durante los entrenamientos, y quedó fuera de combate definitivamente. Al K-14 se le abrió una vía de agua aún antes de que abandonara el puerto para someterse a las primeras pruebas. Y después, durante el entrenamiento en el mar del Norte, fue embestido y hundido por el K-22.

En el mismo entrenamiento, el K-17 perdió el control y se hundió, después de chocar contra un buque escolta y contra el K-7. Por último, el K-22 se averió sin posibilidad de reparación, después de haber chocado con otro barco. La operación de los barcos-K fue descartada en 1918, tras haberse cobrado 250 vidas británicas y no haber causado el menor daño a ningún marino alemán.


¡Los marcianos han aterrizado!


El programa radiofónico de Orson Welles que hizo cundir el pánico en América

Pocos minutos después de las ocho de la noche del domingo 30 de octubre de 1938, una voz sombría interrumpió una emisión radial para advertir a los americanos: «Señoras y señores, tengo que hacer un grave anunció...s Las palabras que siguieron, emitidas en un programa que se difundía a través de una red que abarcaba todo Estados Unidos, causó notables escenas de pánico. Pues el «grave anuncio» consistía en que los marcianos habían aterrizado en Norteamérica, y estaban barriendo toda la resistencia que se les oponía en una serie de sangrientas batallas. Hombres del espacio exterior estaban ocupando los Estados Unidos de América.


El anuncio formaba parte de una obra radioteatral algo excéntrica, pero tan realista —como que estaba producida por un genio del teatro— que mucha gente tomó la obra como un hecho real. El programa había comenzado de una manera convenientemente poco dramática. A las ocho de la tarde, los oyentes escucharon: «La Columbia Broadcasting System y sus estaciones filiales presentan a Orson Welles y su Teatro Mercury del Aire, en... La guerra de los Mundos, del I.G. Wells». Luego, se oyó la impresionante voz de Orson Welles: «Ahora sabemos que, desde comienzos del siglo XX, nuestro planeta está siendo observado muy de cerca por inteligencias más desarrolladas que la humana».

Fue interrumpido por un locutor que, aparentemente, leía un boletín meteorológico de rutina: «El tiempo para esta noche: para las próximas 24 horas se prevén pocos cambios de temperatura. Se informa de una ligera alteración atmosférica de origen indeterminado sobre Nueva Escocia, que ha causado el desplazamiento bastante rápido de una baja presión sobre los estados del Nordeste, con posibilidad de lluvias, acompañadas por vientos de escasa intensidad. Temperatura máxima, 190. mínima, 90. Este parte meteorológico es ofrecido a ustedes por el servicio meteorológico oficial. Ahora nos trasladamos a la sala Meridian del Park Place Hotel, en el centro de Nueva York, desde donde podrán oír la música de Ramón Requello y su orquesta».

Hasta entonces, no había nada capaz de causar alarma. Pero se estaba creando hábilmente el ambiente. Los oyentes que habían sintonizado desde el principio ya habían olvidado que lo que estaban oyendo era una obra radioteatral.

No es que hubiera muchos oyentes. Después de 16 representaciones del Teatro Mercury, los empresarios de la CBS admitieron rápidamente que sus series dramáticas no estaban resultando un éxito. El Teatro Mercury obtenía sólo el 3 por ciento de la audiencia. La mayor parte de la gente sintonizaba, los domingos por la noche, el shaw de Charlie McCarthy, en una emisora rival. Por este motivo, Welles, preocupado por los niveles de audiencia, los ratings, estaba jugándose el resto en La guerra de los mundos. Sabía que la CBS eliminaría su programa si no encontraba un patrocinador importante que lo respaldara. Y el programa no conseguiría un patrocinador si no aumentaba su audiencia. Welles, Paul Stewart y John Houseman, sus asociados en el Teatro Mercury, habían trabajado en la serie durante cinco días. La habían ensayado, habían reescrito el guión y habían vuelto a ensayar. La noche del jueves anterior a la salida al aire, los tres hombres habían escuchado la grabación de su trabajo hasta ese momento, y no estaban conformes. Welles, que entre tanto había ensayado otra obra en Nueva York, y que casi se estaba durmiendo de pie, exhibía más malhumor que nunca. Afirmó: «Nuestra única oportunidad es hacer este programa lo más realista posible. Tendremos que utilizar todos los artilugios que seamos capaces de imaginar».

El equipo estuvo toda la noche agregando al guión retazos de noticias verosímiles. Al día siguiente, Stewart trabajó en los efectos sonoros apropiados: ruido de multitudes presas del pánico, disparos, chillidos... El domingo a la noche, el estudio estaba repleto de vasos de papel y de recipientes de comida, tras ocho horas de excitados ensayos.

Cuarenta años con gripe, en cama


En su periodo de practicas un medico visito a una anciana de 74 años, que había estado postrada en cama durante los últimos cuarenta. No pudo encontrar ninguna enfermedad en ella. Descubrió que uno de los médicos que le habían precedido había ordenado a la mujer que permaneciera en cama, porque padecía gripe. Le había dicho que no se levantase hasta que él volviera a visitarla. Pero el médico se olvidó de volver.


Después de unos días, la mujer —soltera, de 34 años— se había recuperado, pero permaneció en su cama esperando la visita del doctor. Transcurrieron varias semanas y el médico no volvía. Para ese entonces, la paciente había descubierto que disfrutaba siendo atendida a cuerpo de rey y rehusó levantarse. Al principio, fue cuidada por su madre.

Cuando ésta murió, la reemplazó su cuñado. Finalmente, el nuevo médico del área hizo una visita de rutina a la casa de la paciente —en Taunton, Devon— y examinó a la mujer, que tenía entonces 74 años y aún guardaba cama, empecinada-mente. El nuevo médico remitió el caso a un especialista en geriatría. El geriatra, doctor Peter Rowe, dijo: «En la época en que la vi, ella no hubiera podido levantarse silo hubiera querido.

Estaba bastante rolliza, y muy lejos de desear abandonar el lecho». El doctor Rowe informó del caso a las revistas médicas británicas en 1978, pero a causa de la ética profesional el nombre de la mujer nunca fue revelado. Rowe relató que se necesitaron siete meses de terapia de apoyo para persuadir a la anciana de que abandonara la cama, y cómo al fin, por suerte, se puso de pie nuevamente. Vivió tres años «plenamente ,activos» antes de su muerte, a los 77 años.

El mayor yacimiento de oro del mundo, vendido por 10 libras


Un día no precisado de Julio de 1886 George Harrison un explorador sin dinero, tuvo a sus pies el mayor tesoro del mundo. Cogió un trozo de metal amarillo del suelo: estaba completamente seguro de que ese metal era oro. Miles de hombres habían desgastado innumerables picos y palas, y muchos de ellos habían dejado el pellejo, durante esa década, en Sudáfrica, escenario de la más frenética fiebre del oro de todos los tiempos.


Sin embargo, Harrison había cogido simplemente una pepita de oro del suelo. Por casualidad, había tropezado nada menos que con la veta de oro más importante de Sudáfrica, que cubría toda la superficie de la fractura de Witwatersrand.

Harrison, un veterano de la fiebre del oro en Australia, llevó la pepita a Gert Oosthuizen, el dueño del terreno en que había hecho el hallazgo. Oosthuizen escribió inmediatamente al presidente, Paul Kruger.-

La carta que transcribe el apellido Harrison en la versión africans (dialecto boers) decía:

Señor J.P. Kruger.
Estimado señor:
Por la presente, le hago saber que el señor Sors Hariezon ha venido a yerme y me ha dicho que la quebrada que él sabe es rentable. Lo envío, pues, a usted, señor Kruger, para que puedan hablar del asunto.

Su fiel amigo y servidor
G.C. Oosthuizen

Es poco probable que George Harrison haya logrado entrevistarse con el presidente Pero en cambio encontró a un funcionario que le sugirió que registrara su descubrimiento en una declaración jurada. Lo hizo así: Mi nombre es George Harrison y vengo de los yacimientos de oro recientemente descubiertos en Kliprivier, y especialmente del que está en la hacienda que pertenece a un tal Gert Oosthuizen.

Tengo una larga experiencia como buscador de oro en Australia, y creo que este yacimiento es rentable. Esta simple declaración registró el descubrimiento dela reserva de oro más importante del mundo. Durante los siguientes 90 años, la cadena de minas de oro afincadas en la quebrada descubierta por Harrison produjo hasta un millón de kilogramos de oro por año, aproximadamente el 70 por ciento de la producción aurífera del mundo occidental. En el término de dos días, plazo durante el cual Harrison firmó su declaración jurada, se redactó una petición para que las tierras de Oosthuizeri y una amplia zona de los alrededores fuesen declaradas "yacimiento aurífero fiscal".

Los peticionarios estaban convencidos de que allí se descubriría oro en proporciones importantes. Los magistrados concedieron la petición ya Harrison se le reconoció la «Parcela Nro. 19»; a causa de estos hechos, se creó en las cercanías del yacimiento una aldea que más tarde se llamaría Johannesburgo A pesar de esta frenética actividad, parece que Harrison tenía poca fe en las nuevas excavaciones. Vendió su declaración jurada por 10 libras y le dio la espalda a Witwatersrand.

Lo más probable es que haya buscado su fortuna en Barberton por entonces la mayor ciudad del Transvaal Nadie sabe qué fue luego de él. Se rumoreó que había sido comido por un león. La parcela número 19, que había vendida en noviembre de 1886 por 10 libras, cambió de manos tres meses después, por 50 libras.

Alfred Happle la vendió luego a la compañía minera Little Treosure por 1.500 libras en acciones de 150. El 30 de septiembre de 1887, la compañía Little Treasure vendió a la compañía minera y explotadora Northey, por 2.000 libras más otras 8.000 en acciones. La reclamación de Harrison continuó ganando valor y, en su momento, se constituyó -en el núcleo de toda la industria minera del oro en Sudáfrica.

El gigante aéreo de 12 millones de libras que terminó en un depósito de chatarra

En 1942, las fábricas británicas de aviones lanzaban bombarderos tan rápidamente como podían construirlos. Pero, en medio de las presiones de la guerra, aún rondaban soñadores por las fábricas. Y parecía que la mayor parte de estos soñadores se había reunido en una estancia del Whitehall de Londres, donde un comité dirigido por lord Brabazon, un pionero del aire, estaba decidiendo el futuro de la industria británica de la aviación.

Los expertos proponían que debía empezarse a construir un avión gigantesco, capaz de volar un trayecto equivalente a la mitad de la circunferencia del mundo. Una aeronave que pudiera volar, transportando pasajeros, de Londres a Nueva York sin escalas. Construirlo costaría mucho dinero, y no era dinero lo que sobraba durante el gran esfuerzo nacional que demandaba la guerra; debía disponerse, para su construcción, de una amplia infraestructura industrial, que tampoco abundaba.

Sin embargo en marzo de 1943, se anuncié en el parlamento la decisión de construir dos prototipos de este avión gigantesco, llamado Bristol Brabazon. Tenía que ser el orgullo de la aviación del siglo. La decisión fue aprobada: no hubo objeciones en cuanto al dinero En Pilton, cerca de Brístol, los diseñadores no esperaban más que eso.

Diseñaron un avión que habría de ser el mayor del mundo: una fantástica estructura que, por si sola, pesaba 70 toneladas, y una vez cargada, llegaría a las 140. Tenía una envergadura de ala de 75 m, una altura de 17 m y estaba dotada de motores que desarrollaban 20 mil caballos de fuerza. Se construyó un nuevo hangar para montar los prototipos. Se extendió la pista de aterrizaje hasta Filton, para lo que hubo que demoler la mayor parte de la población y revestir de hormigón la nueva pista principal.

Se construyó una maqueta a gran escala del avión, ridículamente lujosa, completa en todos los detalles, incluso las jaboneras en los aseos de señoras ¿Pasajeros? Bueno, podía acomodar a 75, con literas, bares y paseos. En ese mismo momento, los norteamericanos estaban construyendo un avión con capacidad para 150 pasajeros.

A fines de 1949, siete años y medio después del informe de lord Brabazon, el primer Bristol Brabazon realizó su vuelo inaugural sobre Filton, ante los enviados especiales de toda la prensa mundial El primer vuelo fue un éxito. Pero seis meses después, se descubrió que el gigante del aire estaba sufriendo de fatiga del metal; se estaba deteriorando. Su expectativa de vida fue cifrada en dos años.

En septiembre de 1952, se informó a la Cámara de los Comunes que el Bristol Brabazon estaba siendo desarmado. El costo del proyecto había alcanzado los 12,5 millones de libras esterlinas. Sólo una de las naves fue construida. Los restos de la mayor aeronave del mundo fueron vendidos como chatarra por unas 10.000 libras.

El fiasco de las olimpiadas de Montreal


Los juegos se llevaron mil millones de dólares Montreal actuó como orgullosa anfitriona en los juegos olímpicos de 1976. Pero luego debió pagar por ellos mil millones de dólares. Esa fue la increíble deuda que contrajo la ciudad al celebrarse los juegos: más de ocho veces lo que se había calculado.


El desastre financiero de las olimpiadas de los mil millones de dólares fue tan grande que, cuando éstas terminaron, los empresarios de Montreal se encontraron con unos Impuestos Olímpicos Especiales (recaudados en un esfuerzo por saldar la deuda) que deberían pagar durante los próximos veinte años. La provincia de Quebec cargó con el resto del déficit, que comenzó a pagar con impuestos. extras al consumo de tabaco y la organización de una lotería. Cuando los juegos finalizaron, el principal estadio olímpico y dos hoteles para los asistentes aún no habían sido terminados.

Se culpó a los problemas sindicales, al mal tiempo, a la mala planificación y al mal manejo del dinero. Se pensaba que las espectaculares instalaciones solventarían su propio mantenimiento después que todos los atletas internacionales se hubiesen reintegrado a sus lugares de origen. Pero el velódromo, de 10 mil localidades (construido a un coste de 50 millones de dólares: un millón de dólares por cada ciclista federado en Canadá) sólo atrajo a 300 personas durante los primeros campeonatos nacionales.

Otros ejemplos de extravagancia fueron el millón y medio de dólares invertidos en aparatos transmisor-receptores para las fuerzas de seguridad, el millón de dólares para el alquiler de 300 grúas (más caro el alquiler que comprarlas todas( el millón y medio de dólares pagado al Coro y Orquesta Sinfónica de Montreal por la mímica de grabaciones que eran pasadas por altoparlantes. Apenas terminaron los juegos, más de 3.700 toneladas de materiales de segunda mano —que iban desde cordones para las botas de los boxeadores hasta 10.000 aparatos de televisión— fueron lanzados al mercado, a precios de remate.

Los escombros llenaban depósitos del tamaño de tres estadios de fútbol, y sólo el ejército canadiense tenía camiones suficientes para trasladarlos. El ministro de deportes de Quebec, Claude Charrori, calculó que el coste post-olímpico necesario para mantener el complejo polideportivo ascendía a cinco millones y medio de dólares por año, con ingresos de sólo dos millones de dólares. «Es una herencia monstruosa, nacida de un gasto desaforado, que no tiene justificación social ni realidad económica», dijo.

Un astrónomo hizo saltar a los británicos


La BBC tiene una reputación de seriedad que le ha valido el sobrenombre de «Tiíta Eeeb». Pero, en realidad, les ha jugado varias bromas a sus oyentes y espectadores.


Miles de personas creyeron que había algo mágico en el aire una mañana de 1976, cuando el astrónomo Patrick Moore dijo a los oyentes de la BBC que, a las 9:47 de la mañana, exactamente, el planeta Plutón pasaría por detrás de Júpiter, produciendo una atracción gravitacional creciente desde el cielo. Moore dijo que, en ese preciso momento, la gente se sentiría liviana. Los invitó a saltar hacia arriba para experimentar una sensación parecida a la de fletar; ésa es la razón por la que miles de personas estuvieren saltando, a todo lo ancho de las Islas Británicas, a las 9.47 de ese día de abril, llamado el Día de los Inocentes.

Centenares de oyentes llamaron luego a la BBC para afirmar que la experiencia de saltar había tenido éxito. Richard Dimbley, un famoso locutor de la BBC, chasqueó a miles de personas otra Ola de los Inocentes, otro mes de abril, en 1957, cuando mostró un documental televisivo sobre la cosecha de spagheti en Italia.

Los espectadores vieron cómo los spagheti flameaban al viento mientras «crecían» en las ramas de los árboles. Pero a veces son los locutores los que resultan burlados. Cierta vez, la radio City de Liverpool invitó a un importante personaje árabe, su Alteza Serena el príncipe Shubtill de Sharjah, a visitar Gran Bretaña para ser entrevistado acerca de las exploraciones petrolíferas en el golfo Pérsico.

La entrevista fue grabada para un noticiero y la dirección de la radio saludó al príncipe cuando éste se retiraba. Pero su Alteza Serena resultó ser un bromista llamado Neviile Duncan, un experto en computación bancaria.

Su personificación fue descubierta 20 minutos demasiado tarde, cuando el reportero Peter Gould, un fanático de los crucigramas, se dio cuenta de que el apellido del príncipe Shultul no era, después de todo, árabe, sino un vulgar anagrama de esos que aparecen a menudo en la penúltima página de los periódicos.

En 1977 hubo pánico cuando un desconocido mago de la electrónica interrumpió la transmisión, en una hora punta, del noticiero nacional de la televisión británica, y anunció que seres del espacio exterior habían aterrizado al sur de Inglaterra. La estación de TV y las redacciones de los periódicos se abarrotaron de llamadas telefónicas.

El bromista nunca fue descubierto.

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